HAZ EL AMOR Y

NO A LA GUERRA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Relatos cortos y poemas.

Antonio García Orejana

www.aorejana.com                                     

                                  

SE COLÓ UN PÁJARO POR MI VENTANA

 

Estaba escribiendo lo que no me atrevía a decirle cuando un pájaro se coló por mi ventana.

No me atrevía a decírselo porque no sabía la forma de dirigirme a ella. La veía pasear todos los días varias veces por la acera que estaba frente a mi casa, la ventana de mi cuarto de estudio estaba apenas a un par de metros y yo la veía pasear con una alegría y una desenvoltura que me obsesionaban.

La veía y mis ojos se iban detrás de ella, la perseguían hasta que doblaba la esquina y su figura se convertía en un recuerdo. Un recuerdo que me impedía concentrarme en el estudio porque ella se había convertido en mi único objeto de estudio.

Me tocaba estudiar en verano en el apartamento que habíamos alquilado en la playa porque había suspendido selectividad y mis padres me habían impuesto un severo calendario de estudio. Mientras ellos disfrutaban del agua y de la playa yo había sido condenado al estudio. Pero no podía concentrarme porque cada poco tiempo mi mirada se deslizaba hacia la calle con la ilusión de encontrarla.

Estaba escribiendo la sensación que quedaba en mi espíritu después de haberla visto cruzar la calle y de cómo mis ojos seguían a esa figura esbelta, a esa melena larga y rubia que la llegaba hasta la mitad de la cintura, a esas piernas al descubierto cuando regresaba de la playa o a esa silueta perfecta envuelta en pantalón vaquero y camiseta cuando salía por las tardes.

Estaba escribiendo la sensación que me produjo descubrir su cara el primer día que me crucé con ella, yo había salido a comprar el pan y sin darme cuenta la tenía frente a mí, la miré y encontré  el brillo de sus ojos cuando se cruzaron con los míos.

Estaba escribiendo y al mismo tiempo soñando…cuando un pájaro se coló por mi ventana perturbando mi inspiración y apartándome de la escritura.

Era un jilguero que revoloteaba dándose contra unas paredes que extrañaba y un ambiente que desconocía. Me di cuenta enseguida que se había escapado de alguna jaula y que estaba aturdido e indefenso en un mundo nuevo y peligroso para él.  

Conseguí atraparlo, acariciarlo y calmarlo. Pero no sabía qué hacer con él, devolverlo al mundo de la libertad sería como condenarle a la muerte y yo no encontraba el sitio que combinase libertad y seguridad.

Estaba pensando en acomodar la jardinera, podría ser el espacio ideal, era amplia, tenía plantas grandes…pero, no estaba cerrada. Pensaba en la forma de cerrarla, de adaptar el espacio con mallas y papeles de seda para convertirla en una pequeña casa donde el jilguero pudiera disfrutar y volar. Estaba pensando cuando… sonó el timbre de manera insistente.

-         ¡Hola! ¿Se ha metido un pájaro en tu habitación?

Estaba ante mí, ella estaba ante mí. Ahora tenía todas las posibilidades que me había imaginado para entablar la conversación que tanto deseaba. Me quede absorto. Pensé en el instante de un momento, en ese breve segundo en el que se cruzan las miradas…un segundo para decirlo todo, para expresarlo todo… y no me salía nada.

-         ¡Hola!

-         Sí, sí.  Se ha colado un pájaro en mi habitación.

Contesté después de un silencio que me pareció eterno. Lo tenía en mi mano y mi mano la tenía escondida tras la espalda. La tenía escondida pero de repente tuve unas ganas tremendas de de enseñársela, de ofrecérsela, de decirle: sí aquí está, te está esperando como te estaba esperando yo.

Pero no dije nada, sólo se lo ofrecí con una mirada. Una mirada con la que quería decirlo todo pero que no me salía nada.

Ahora tenía el pájaro cogido con mis dos manos y se lo ofrecí. Lo tenía prisionero en mis manos y se lo iba a pasar a las manos de ella. Me rodeo las manos con las suyas, noté su tacto, note su pulso, note su azoramiento, note un escalofrío por todo mi cuerpo. Deseé prolongar al máximo ese roce de sus manos con las mías, el contacto de las yemas de sus dedos rodeándome los míos, jugueteamos mientras nos traspasábamos el jilguero, yo le tenia atrapado entre mis manos y solamente sobresalía el cuello y la cabeza.

-         Despacio –le dije. Yo no suelto hasta que no le vayas sujetando tú.

Sus manos estaban totalmente sobre las mías, me tocaban suavemente y yo lo notaba como una caricia que me estremecía.

-         Ya le voy sujetando yo –me dijo.

Y a medida que los dedos de ella comenzaron a acariciar su cuello, a medida que se fueron haciendo con el dominio del jilguero yo fui apartando las mías. No las aparté bruscamente. Las aparté despacio. Gozando del roce del torso de mis dedos con el hueco que había en el interior de sus manos y que ahora se deslizaban suavemente hasta atrapar en su seno al pajarillo.

 

Me dio dos besos, uno en cada mejilla y me dijo:

-         Nos vemos.

-         Si nos vemos.

Contesté.

 

Cómo no nos íbamos a ver  si era lo que más había deseado desde que mis ojos se cruzaron con los suyos, desde el primer día que lo observe como entraba en su casa, desde el primer momento en que la vi pasear por la acera de enfrente, desde que me apartó del estudio al que me habían condenado mis padres ese verano. Cómo no nos íbamos a ver si mi selectividad era ella, si mi estudio dependía de la tranquilidad que sólo ella me podía producir.  Como no íbamos a vernos si ella me dijo: “nos vemos”. Si ahora yo podía saludarla por la calle, si podía pedirle el teléfono, podía preguntarle por sus estudios, por lo que hacia, donde vivía…si ya se había abierto la puerta que tanto esperaba: YA TE PUEDO AMAR EN TODOS MIS SUEÑOS.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SALMO PRIMERO

Escribiré versos de amor en la azotea del hotel esta noche

 

Escribiré versos de amor en la azotea del hotel esta noche. Escondido. Distante del cotidiano día. Refugiado tras una mesa de mármol frío romperé ese lazo insulso con lo viejo.

 

Me cortaré el pelo, maquillaré mi alma para confundirme en el mundo invisible de las sombras, para entrar en una página de Internet escondida y contactar con lo nuevo.

 

Quiero buscar lo que hay escondido en esa cabeza teñida por el humo y asfixiada por el asfalto. Atada al pan duro del trabajo. A la monotonía del paso del tiempo.

 

Recuperar lo que creía perdido. Buscar entre las cenizas el ascua origen de la vida y resoplar. Fuerte, como la primera vez cuando fui mariposa sin más.

 

Escribiré versos de amor en la azotea del hotel esta noche. Despierto. Dispuesto. A comer lo que no comí. A beber lo que no bebí. A ser lo que quise ser.

 

Y así, camuflado en este mar de sombras, regresaré al jardín de los juegos prohibidos para escupir al sapo devorador de sueños…

 

Agarrar tu mano, subir suavemente la ladera, y sin prisa, pero sin pausa, llegar hasta la cima esquivando espinas inservibles, otear el horizonte y avanzar lentamente entre el vértigo y la nada. Coser tu mirada con la mía, y… deshacernos.

 

Yo, volveré a nacer, para ti, esta noche, en la azotea de mi hotel, escribiendo versos de amor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tengo el amor metido y no quiero que salga

 

         Tengo el amor metido

         y no quiero que salga.

         Amor al verde prado,

         a la vaca que pare,

         al cacero que suena

         rompiendo ese silencio

         de la noche estrellada;

         y al cántico del grillo

         y del pájaro bobo

         que siempre lo acompaña.

 

         Tengo el amor metido

         y no quiero que salga.

         El amor a mi padre,

         el amor a mi madre,

         el amor a mi hermana,

         el amor a la gente;

         a la gente de pueblo

         que no sabe de armas

 

         Tengo el amor metido

          y no quiero que salga.

         Al olor de los pinos,

         a la encina y al roble,

         al olor del tomillo,

         al olor, a retama;

         amor a la montaña,

         al río y… al valle,

 

         Tengo el amor metido

         y no quiero perderlo.

         A la nieve en invierno

         y al buen sol en verano,

         al sudor del segador

         y al polvo del trillador

         Tengo el amor metido

         hasta, en las entrañas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El delfín volador

 

 

El aire fresco de la mañana acariciaba mi rostro y me terminaba de despertar, hacía desaparecer de mi mente cualquier resto de somnolencia y lograba mantenerme totalmente despejado a pesar de ser una hora temprana.

El Sol, que acababa de salir, parecía más limpio en los albores del día. Sus rayos oblicuos se reflejaban en las pupilas de los transeúntes y hacían brillar más sus miradas.

Caminaba por la acera, relajado, tranquilo…, observaba a la gente, saludaba a algunos, miraba de reojo a otros y un ligero regocijo me sacudía por dentro al verles caminar tranquilos y serenos. Respiraba y absorbía con gusto el aroma de la mañana, aún permanecía en las calles recién regadas un frescor y un olor que me emborrachaba.

 El olor a tierra mojada siempre me había proporcionado agradables sensaciones, me traía recuerdos lejanos de mi juventud y mi vida en el campo. De paseos inolvidables por senderos estrechos, apartando ramas, buscando veredas y absorbiendo olores.

Apartando ramas que rozaban mi cuerpo y me estremecían, porque eran ramas dúctiles, recién mojadas, cimbreantes…, ramas que no hacían rasguños sino caricias. Caricias húmedas, suaves, como el tacto de una lengua en el fragor de una aventura amorosa, cuando recorre tu cuerpo llevándote a lo sublime, a lo etéreo,  a lo incontrolable.

Buscando veredas por donde trepar hasta llegar la cima, porque desde la cima se divisaba el valle y se observaba todo su colorido, planeaba mi mirada buscando los tonos amarillos de las hojas de los chopos a punto de soltarse de sus ramajes,  el verdor de las praderas donde pastaban las vacas o las ovejas, el azul de los berzales, el rojizo del barro del que se suministraban las tejeras y el blancor de las areneras y los acantilados.

Y absorbiendo olores, olores puros, a retama limpia, a estepa mojada, a tierra preñada de estiércol de cabra, de vaca o de oveja. Porque el agua lo cambiaba todo, la tierra empapada olía diferente, lo desagradable lo convertía en exquisita fragancia. La basura, por arte de magia, se convertía en fuente de vida. El olor a muerte y a descomposición, se convertía en esencia de la naturaleza, en el elixir de la eterna juventud.

Pasear por el campo una mañana o una tarde de otoño después de haber llovido, buscando setas, boletus, o níscalos, al tiempo que disfrutaba de la naturaleza, era una de mis pasiones favoritas.

Desde siempre había tenido la sensación de que el contacto con la naturaleza favorecía mi imaginación, me invitaba a volar buscando soluciones mágicas a los problemas cotidianos. El revoloteo de las mariposas absorbía mis pensamientos: ¿cómo podían estar tan juntas sin tocarse? ¿Qué radar las guiaba para realizar esos constantes cambios de ritmo? Las mariposas, los mosquitos, las abejas, los pájaros… todos los animales parecían estar más contentos cuando los rayos de sol aparecían limpios tras el paso de la tormenta o de la lluvia tranquila. Toda la naturaleza estaba agradecida cuando escampaba y sólo quedaba en el aire ese olor a humedad, ese olor a cambio, ese olor a vida…

¿Cómo aprovechar lo que la naturaleza nos ofrece para dar respuesta a nuestros problemas? Esa era la pregunta que siempre me había obsesionado, la que me había perseguido siempre y la que me perseguía también esa mañana clara con ese olor a tierra mojada.

Por eso tenía una sensación especial. La sensación de que el día que comenzaba sería determinante para el futuro. Me surgiría alguna idea luminosa, algún descubrimiento extraordinario, algún invento que sin ser agresivo para la naturaleza demostrase la grandeza del ser humano.

Quedaba aún el último reguero de agua corriendo por las calles, observaba la humedad penetrando en los verdes jardines, las hierbas mantenían aún esa última gota cristalina que iluminada por los primeros rayos del sol propiciaban multitud de espejos transparentes ofreciendo un mundo multicolor, un mundo de ensueño.

A pesar de la madrugada, el día amanecía alegre, el camino de mi casa a la empresa donde trabajaba era relativamente corto, un paseo cotidiano que apenas duraba veinte minutos, un rato de relajación para comenzar bien la mañana que aprovechaba para hacer mis primeras reflexiones del día. Era una mañana de un día de julio, las calles estaban un poco más desiertas de lo habitual. Las personas con las que me cruzaba caminaban alegres, la gente iba contenta y sonriente al trabajo. Por las calles comenzaban a circular los primeros vehículos, la circulación era rápida, los atascos habían desaparecido prácticamente, los nuevos medios de transporte tanto colectivos como individuales hacían el tráfico más agradable y llevadero.

En mi cabeza comenzaban a aparecer los primeros análisis del último acuerdo alcanzado con la empresa. Había sido un acuerdo muy discutido, muy debatido, muy trabajado…, pero había sido un acuerdo conseguido desde la igualdad; no desde la imposición, sino desde el convencimiento. Las argumentaciones se habían impuesto a los intereses y la satisfacción por el resultado obtenido era compartida por todas las partes.

Se había conseguido un acuerdo de amplia duración sustentado en los pilares del trabajo, del respeto y de la igualdad y que se concretaba en cuatro ejes fundamentales:

-      El eje de la reducción de las diferencias salariales.

-      El eje de la profesionalización, del esfuerzo y de la formación continúa.

-      El eje de las mejoras laborales en función del rendimiento, de la producción, del respeto al medio ambiente, de la solidaridad internacional y del beneficio común.

-      Y el eje de la investigación y el desarrollo.

El equipo investigador, al que pertenecía, había quedado integrado en paridad por representantes de la empresa y del personal asalariado. Se tendrían en cuenta al mismo nivel los intereses comerciales, los intereses laborales y el respeto al medio ambiente. Hacer volar a nuestro último invento, convertir el monovolumen en “el delfín volador” era nuestro objetivo final. Le habíamos llamado “delfín” porque era el animal que nos convencía a todos, su agilidad de movimientos, sus saltos en el aire, su inteligencia y su dominio del espacio nos entusiasmaba.

El acuerdo con la empresa era consecuencia de un Acuerdo General más amplio conseguido entre organizaciones patronales y sindicales. Un acuerdo que modernizaba y humanizaba las relaciones laborales: los trabajadores participaban en la gestión de las empresas con un porcentaje de miembros en los Consejos de Administración, participaban en el reparto de los beneficios, tenían un porcentaje de las acciones de la empresa y se habían buscado mecanismos que regulaban la competencia entre ellas.

Las reglas que regulaban la competencia se centraban en las innovaciones tecnológicas, en el mejor aprovechamiento de los recursos naturales, en la capacidad creativa de los equipos de planificación e investigación y descartaban que la competencia fuese a costa de reducción de derechos laborales, del flujo de inmigrantes o de la deslocalización de las empresas.

 Había acuerdos de cooperación en investigación entre las empresas del mismo ramo. Se había adaptado la duración de la jornada a las demandas de empleo y en función de las necesidades de formación, reduciendo así a insignificantes los porcentajes de paro. Se había creado un consejo paritario de planificación y desarrollo sostenido. Se había constituido un organismo para controlar y mejorar el medio ambiente que garantizaría la vida en este planeta...

Los empresarios se mostraban satisfechos porque sus responsabilidades eran ahora compartidas, las posibilidades de enfrentamiento y de conflictos eran casi nulas y la ilusión por el trabajo mejoraba la calidad del producto. La vida era más agradable para todos porque las diferencias se habían reducido y las envidias habían desaparecido.

Un Acuerdo General que daba satisfacción a todos y que a su vez era consecuencia de una concertación social amplia entre el Gobierno y las organizaciones sociales. Un Gran Pacto Social que permitía armonizar la planificación general de la economía con la iniciativa privada. Que delimitaban perfectamente los márgenes entre lo público y lo privado, entre lo que debía ser nacionalizado y lo que debía continuar tutelado bajo las reglas del mercado.

Un consenso entre lo público y lo privado que tranquilizaba a la población, que daba estabilidad a la economía y que creaba unas perspectivas de progreso sin deterioro ni daño. El crecimiento controlado y sostenible se hacía realidad

Y unas reglas de mercado que dejarían de ser salvajes, porque en el mercado tendrían especial relevancia las personas y sus sentimientos. Un Pacto que ilusionaba y una armonía, en lo que había sido tradicionalmente objeto de enfrentamiento, que se reflejaba en la sociedad. Una sociedad que se hacia más participativa, más tolerante, que eliminaba las crispaciones, que hacía a las personas más felices, que eliminaba conflictos y que era el espejo donde se empezaban a mirar el resto de los países y de las uniones de estados.

Las satisfacciones que nos habían producido todos estos acuerdos nos animaban a seguir trabajando con mayor ilusión y mayor creatividad en nuestro proyecto. Y lo recordaba por el camino que me llevaba al trabajo.

Recordaba el trabajo realizado por nuestro equipo. El monovolumen  era nuestro último invento y estaba resultando un éxito sin precedentes, el automóvil, adaptado perfectamente a las dimensiones de un solo ocupante, había reducido su espacio al doble del volumen de una persona de dimensiones medias, la posibilidad de levantarle en posición vertical sobre su parte trasera, reducía a un metro cuadrado el espacio necesario para su aparcamiento. La utilización como fuente de energía de una pila solar de tamaño reducido, que se alimentaba en las estaciones solares y que dotaba al vehículo de autonomía para unos quinientos kilómetros, no contaminaba el ambiente y permitía una gran comodidad al usuario.

Una perfecta sincronía entre los sistemas de control de abordo, los sistemas de radar situados en las vías públicas y del sistema antichoque permitían que dos vehículos al llegar a una determinada distancia se repelieran modificando sus trayectorias, disminuyendo la velocidad y evitando el choque. La distancia de seguridad estaba en función de las velocidades de los vehículos, a mayor velocidad el ordenador de abordo adelantaba el dispositivo de seguridad con tiempo suficiente para permitir la modificación de las trayectorias respectivas.

Pero ahora pensaba en nuestro nuevo proyecto: hacer volar al monovolumen, convertirlo en “el delfín volador”.  Hacer realidad el sueño de los humanos: volar, siendo cada uno el dueño de su propio vuelo.

Ya comenzaba a pensar en poner alas al nuevo aparato, un diseño perfecto que permitiera volar y al mismo tiempo tener dominio del vuelo a su dueño. El vehículo comenzaría a elevarse, a coger altura, a planear y a seguir las órdenes de su ocupante. Me imaginaba ya calculando las velocidades necesarias para mantenerlo en vuelo, les veía volar siguiendo los radares situados en las carreteras, en las avenidas, en las calles, en las autopistas. Estaba ya hallando la coordinación de las diferentes alturas en los cruces y las modificaciones necesarias que habría que introducir en el sistema de control de abordo. Diseñaba carreteras espaciales, autopistas individuales, rutas de seguridad…

Estaba discutiendo con el resto de los componentes del equipo, sentía la ilusión por el trabajo, disfrutaba, estaba a gusto... Cuando un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Una fría caricia siento por mis piernas, el roce del agua me confunde por momentos, el ruido de una ola me despierta...

 

 

 

 

 

 

EL SACO DE LOS DONES (al estilo Juan Carlos Mestre)

 

 

Llevo un saco a mis espaldas cargado de reliquias, pesado como el hambre cuando no se tiene, ligero como un galgo sin manos y sin patas.

 

Un saco, donde se encuentra el todo y la nada, que a veces vuela, y otras se arrastra, lentamente, por el fango del olvido.

 

Llevo un saco roto a mis espaldas, para repartir, sin darme cuenta, mis dones.

 

A la puerta que nunca está abierta le doy el destello de un amanecer prematuro.

 

A las palomas que picaron en mi plato cuando aún corría descalzo, el temblor de una voz entrecortada.

 

A mi amiga de antes de la guerra, la que calló en la esquina vieja de una calle estrecha, la butaca de un cine trasformado en cabaret.

 

A mi padre, que no ha muerto, pero que no sé donde está, un libro en blanco, para que lea las frases escritas en el aire.

 

Al fuego, de una noche del veinticuatro de diciembre, una máscara sin cuerda y sin escayola.

 

Al cura de mi pueblo, que fue culebra y se engulló mi huerto, le podría dar lo que él tanto dio, pero prefiero darle el silencio.

 

Y a la mujer, que se paseó desnuda por la playa, el saco, con lo que dentro de él aún quede.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Natalicio al niño del Antonio, por soleares

                                                                                  Con todo my love, of course

El niño del Antonio,

cuerpo de abrazo,

para octubre venia

y nació en marzo.

Con estas trazas

igual dentro de un lustro

se va de casa

 

El niño del Antonio

salió a su padre,

con el pelo algo ralo,

los ojos grandes.

Y sobre el labio

superior, ¡Ay, María!

Vaya un mostacho

 

El niño del Antonio

llora que llora,

y su padre no duerme

¡Ay, que zozobra!

Duérmete, amores,

que va a llamar tu padre

al rey Herodes.

 

El niño del Antonio

cuenta este barrio

que ya llegó a su casa

maleta en mano.

Estas cigüeñas

Con qué retraso vienen…

¡crisis de mierda!

                                   Urceloy / abril de 2009   

LOA A MIGUEL

 

Miguel, no fue la suerte,

no fue la suerte quien te dio  la fama,

tampoco el servilismo,

ni fue la compra de un favor tasado.

 

Fue el esfuerzo tuyo,

el recoger apuntes por la calle,

tu tesón y tu ahínco,

hasta pasar alguna noche en vela.

 

Inventar las palabras,

con las sílabas justas y precisas,

contarlas una a una,

y ritmarlas en sexta con paciencia

 

Miguel, disfruta de tu justo premio,

que nosotros gozamos de tus versos.

 

                                                                       Suerte Miguel.

 

 

 

 

AVENTURA DE VERANO

 

Ni yo misma me reconocí en el espejo.

Me había cortado el pelo diciendo adiós a la media melena que me había acompañado durante toda la vida. No me lo había dejado tan corto como para parecer un chico pero sí lo suficiente como para cambiar de  imagen. Me di mechas en tonos rojizos, no excesivamente chillonas pero sí lo justo para ser difícilmente reconocible entre las personas que me veían habitualmente.

Además me cambié de color las lentillas, me depilé aún más las cejas, me di un sombreado de ojos, cambié el maquillaje de mi cara, me di una crema para disimular las arrugas que amenazaban con aparecer y me vestí de forma totalmente diferente a como lo hacía anteriormente.

No es que quiera decir que resultase imposible reconocerme, yo misma al cabo de un rato dije, esa eres tú y no lo puedes disimular, pero si trato de explicar que había cambiado por completo mi LOOK, o como se diga.

Contacté con él a través de Internet. Me llamó la atención una página que encontré navegando por google en el apartado de encuentros. Aventuras de verano.com, era el reclamo, y a continuación añadía, sin compromiso alguno.

La busque desde el ordenador de mi departamento pues no me atrevía a hacerlo desde mi casa ni siquiera en las horas más intempestivas de la noche. Siempre cabía la mirada furtiva de mi marido o de cualquiera de mis hijos.

No quise correr ningún riesgo. Entré en la hora de la siesta cuando era yo la única que estaba esa tarde en la facultad. Sólo pedían un alias -nombre para identificarte- las cualidades de la persona con la que querías contactar y las fechas del encuentro.

Yo me identifique como Lisa, fijé dos fechas de la última semana de agosto y señale que las cualidades de la persona de contacto deberían ser:

-          Hombre de una edad similar a la mía, treinta y cinco - cuarenta años. Me quité diez años, era la primera vez que entraba y no sabía muy bien cuantos años se quitaban las personas que accedían a estos servicios. Calculé que diez podían corresponderse perfectamente con el esfuerzo que había realizado en modificar mi imagen.

-          Normal en su apariencia física. Ni tan despampanante que creyera que con poner su físico tendría suficiente, ni tan  zarrapastroso que me llevase meses descubrir sus encantos morales o intelectuales.

-          Tierno, dulce, generoso y solidario. Eran las cualidades que yo siempre identificaba con una persona progresista y de izquierdas. No quería meter en mi vida, ni siquiera en un fugaz encuentro, a una persona que ideológicamente me repugnase.

Me sorprendió la rapidez en encontrar la respuesta. No habían pasado ni diez minutos cuando en la pantalla de mi ordenador apareció:

Me llamo Bárdera, tengo treinta y ocho años y soy tierno como la pera, dulce como el membrillo, generoso como el sol y tan solidario como las arenas del desierto.

No tuvimos que intercambiar más mensajes. Le propuse una ciudad y un hotel dejando clara una cosa. ERA - SÓLO – UNA - AVENTURA – DE - VERANO.

Él en el acto me dio el o.k. definitivo.

Cuando le dije a mi marido que mis vacaciones se tenían que interrumpir dos días en la última semana del mes de agosto porque habíamos programado para esas fechas una conferencia sobre el arte y la posmodernidad en Barcelona no me sorprendió demasiado que no lo diese importancia. Lo que si me sorprendió es que exclamará, ¡qué casualidad!,  y que a continuación dijera, en esas mismas fechas tengo yo una reunión de negocios con unos representantes asiáticos… Me extraño porque para su empresa el cierre en el mes de agosto era sagrado. Los asiáticos son así de raros, no les importa jodernos dos días de vacaciones con tal de que salgan sus cuentas a flote, fue toda su explicación.

Nada más encontrarme con él, a la hora prevista, cinco de la tarde, y en el hotel previsto, me sedujo.

Estaba recién afeitado y su cara tenía un brillo que hacía mucho tiempo que no veía en un hombre. A mi marido siempre le había conocido con una barba espesa y ya no sabía lo que era el contacto con una mejilla despejada. Por eso en los dos besos que nos dimos de presentación percibí una sensación de que algo importante tenía que ocurrir.

Su olor era nuevo para mi y la suavidad de su cutis demostraba el esmero con que cuidaba su cuerpo.

Tenía el pelo corto y en nada se parecía a las greñas que habitualmente llevaba mi marido. El pelo largo y el propio olor corporal es el síntoma del progresismo y de lo natural, me contestaba siempre que yo hacía alusión a que se cuidase un poquito más.

Vestía de una manera informal, pero no con ropa vieja y pasada de moda como otro que yo me sabía. Apareció con unas sandalias de cuero, con unos pantalones cortos, de esos que tienes que contar el número de bolsillos para adivinar donde se pueden guardar tantas cosas, y una camisa de cuadros suaves, descoloridos, pero que se notaba que era recién comprada.  

Decidimos pasar lo que quedaba de tarde en la playa para cargar las pilas y para tener un mínimo de conocimiento el uno del otro. Le dije que si no le importaba, me diese la crema en la espalda. Así fue como empecé a notar el tacto suave de sus manos. Me repartió la crema con una delicadeza exquisita, no a mamporrazos como hacía el otro. Yo también se la repartí a él procurando poner el mismo esmero y la misma delicadeza.

Hicimos una cena normal, no excesivamente fuerte como para llevarnos al sopor de un sueño inoportuno, ni tan ligera que nos dejase pronto sin las energías  necesarias para cumplir con lo que ambos deseábamos.

Entramos en la habitación del hotel después de haber disfrutado de un tranquilo paseo por el palmeral que bordeaba la playa. Aunque era la primera vez que había preparado minuciosamente una aventura amorosa no me sentía extraña. No estaba ni avergonzada ni ruborizada, me sentía segura ante aquel hombre nuevo recién descubierto. Transmitía tranquilidad y confianza, ni una palabra brusca, ni un gesto despectivo, ni una mirada lasciva había notado en el rato que había compartido con él. Todo era cortesía, amabilidad, delicadeza, tacto. Nada hacía si no era consentido, siempre preguntaba y espera mi respuesta antes de tomar una iniciativa.

Yo correspondía en el trato con la misma  corrección. Y con el consentimiento mutuo comenzamos a caminar hacia la satisfacción de nuestros deseos.

Hicimos el amor en dos actos. Teníamos una noche entera y yo no quise desperdiciarla. Le dije que nuestra aventura debía de ser ajustada al tiempo, que debíamos procurar tratar a todas las horas por igual. Que no quería que nos agotásemos en un momento y que después viviésemos el resto del tiempo en la desilusión y la nada.

Él estuvo de acuerdo conmigo, no quiso precipitar el momento y comenzó a acariciarme el pecho con una lentitud y una suavidad absoluta. Con la misma lentitud y la misma suavidad con la que yo comencé a hacerle caricias.   Posé mi mano en su pecho, le hice una suave caricia con la yema de mis dedos, enrollé en uno, uno de sus pelos  y noté como se encendía.

Él pasó también las yemas de sus dedos por mi pezón erecto y yo comencé a deshacerme por dentro. Supe controlar lo incontrolable. Dosifiqué mis caricias y las alterné con frases tiernas para compaginar la pasión con la ternura y mantener encendido un fuego sin llegar a quemarnos. Caminamos por un sendero intermedio, sin llegar nunca a la cima pero sin perderla de vista y estando siempre a punto de conseguirla.

Un sendero luminoso entre la cima y el valle por el que divisando siempre el horizonte supimos reservarlo para un posterior momento.

No quisimos saciarnos en ese primer instante para evitar caer después en el vacío, por eso nos fuimos conduciendo cautelosamente por un recinto de frases amables, de miradas limpias, de caricias tiernas y de goces controlados y compartidos.

No llegamos al orgasmo en la primera parte, pero sí llegamos a penetrar el uno en el otro y a confundir nuestros cuerpos, como la sal se confunde en el agua, caminando por veredas de rosas y alcanzando la tranquilidad absoluta.

Conduje su miembro hasta lo más dentro de mis entrañas, unas veces era yo la que controlaba, quien le conducía por el sendero de rosas y otras era él quien jugaba a balancearme entre el vértigo y la nada. Cuando me puse encima aplastando su cuerpo y su alma, me sentí tranquila y segura. Totalmente relajada, espanzurrada como no lo había estado nunca, encima de un hombre, que acababa de conocer y que parecía como si le conociese de toda la vida.

Le invité a darse la vuelta, a ser él quien me aplastase, quien descansase en el abismo, quien conociera la paz infinita encima de mi cuerpo. Lo hizo con gusto, lo sé porque me lo iba contado. Me contaba sus sensaciones como yo le contaba las mías. Por eso sé que logró la tranquilidad, el descanso, la relajación absoluta y que en ese estado confundió la realidad con el sueño, y se quedó dormido en el mismo momento en que yo también me dormía confundiendo la misma realidad con el mismo sueño y deshaciendo la unión de nuestros cuerpos con la misma dulzura con que antes les habíamos unido.

No sé si dormí o soñé. Entre sueños noté como su lengua, que confundía con pétalos de rosas, me acariciaba la espalda. Era como si flotase y por un momento abandonaba el sueño y era yo la que me dedicaba a lamer su cuerpo. Y poco a poco abandonamos el sueño para entrar en la consciencia y volvimos a iniciar el camino aparcado tan sólo unas horas antes.

En la segunda parte cuando los rayos del sol comenzaron a acariciar las sábanas de nuestra cama fue cuando alcanzamos la cima.

No nos precipitamos al vacío inmediato, avanzamos lentamente por el borde observando detenidamente las dos laderas del monte, las dos caras de la felicidad, la línea fina, imperceptible, que delimita la pasión de la ternura, el escalofrío del sudor, la tranquilidad del vértigo, el agua del fuego; y fuimos disfrutando de un estado vaporoso en el que encontramos un acomodo perfecto. Porque adaptamos nuestros cuerpos y nuestras mentes al ritmo sereno del amanecer para entrar de forma conjunta en la luminosidad del día y confundir nuestra luz interior con el fuego de un día de verano.

No sólo vimos, sentimos amanecer. Vimos salir los primeros rayos de Sol y sentimos  la luz que atravesaba nuestros cuerpos sin rozarlos.

Porque a medida que los rayos de sol se hacían más intensos y penetraban fugazmente por las rendijas de la ventana, nosotros avanzamos en nuestro descubrimiento descendiendo suavemente al valle entre lamidos de pétalos, besos de rocío y caricias de tallos silvestres mecidos por un tenue viento.

Se deshicieron nuestros cuerpos tan lentamente como los rayos de sol iban deshaciendo la oscuridad de nuestra alcoba. Le miré fijamente a los ojos y brillaban con el brillo absoluto de la felicidad.

Nunca me había ocurrido nada igual, me dijo.

Es que las personas de izquierdas follamos mejor, le contesté.

¿Y tú por qué sabes que yo soy de izquierdas?, me preguntó.

Será por el lunar que tienes en la espalda.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AVENTURA DE VERANO

 

Ni yo mismo me reconocí en el espejo.

Me había cortado la barba y me había cortado el pelo. No me lo había rapado del todo pero sí puse en la maquinilla un número lo suficientemente bajo como para que en mi cabeza no quedase rastro de las greñas que, según mi mujer, siempre tenía.

Además me quité las gafas y me puse lentillas. Me quité todos los pelos que me estorbaban en las cejas, en la nariz y en las orejas. Me di una loción en la cara después de afeitarme, crema en aquellas partes donde las arrugas amenazaban con aparecer y me vestí de forma totalmente diferente a como lo hacía anteriormente.

No es que quiera decir que resultase imposible reconocerme, yo mismo al cabo de un rato dije, ese eres tú y no lo puedes disimular, pero si trato de explicar que había cambiado por completo mi LOOK, o como se diga.

Contacté con ella a través de Internet. Me llamó la atención una página que encontré navegando por google en el apartado de encuentros. Aventuras de verano.com, era el reclamo, y a continuación añadía, sin compromiso alguno.

La busqué desde el ordenador de mi despacho pues no me atrevía a hacerlo desde mi casa ni siquiera en las horas más intempestivas de la noche. Siempre cabía la mirada furtiva de mi mujer o de cualquiera de mis hijos.

No quise correr ningún riesgo. Entré en la hora de la siesta cuando era yo el único que estaba en la empresa. Sólo pedían un alias -un nombre para identificarte- las cualidades de la persona con la que querías contactar y las fechas del encuentro.

Yo me identifique como Bárdera, fijé dos fechas de la última semana de agosto y señale que las cualidades de la persona de contacto deberían ser.

-          Mujer de una edad similar a la mía, treinta y cinco - cuarenta años. Me quité diez años, era la primera vez que entraba y no sabía muy bien cuantos años se quitaban las personas que accedían a estos servicios. Calculé que diez podían corresponderse perfectamente con el esfuerzo que había realizado en modificar mi imagen.

-          Normal en su apariencia física. Ni tan despampanante que creyera que con poner su físico tendría suficiente, ni tan  zarrapastrosa que me llevase meses descubrir sus encantos morales o intelectuales.

-          Tierna, dulce, generosa y solidaria. Eran las cualidades que yo siempre identificaba con una persona progresista y de izquierdas. No quería meter en mi vida, ni siquiera en un fugaz encuentro, a una persona que ideológicamente me repugnase.

Me sorprendió la rapidez en encontrar la respuesta. No habían pasado ni diez minutos cuando en la pantalla de mi ordenador apareció:

Me llamo Lisa, tengo treinta y ocho años y soy tierna como la pera, dulce como el membrillo, generosa como el sol y tan solidaria como las arenas del desierto.

No tuvimos que intercambiar más mensajes. Le propuse una ciudad y un hotel dejando clara una cosa. ERA - SÓLO - UNA - AVENTURA – DE - VERANO.

Ella en el acto me dio el o.k. definitivo.

 Cuando le dije a mi mujer que mis vacaciones se tenían que interrumpir en la última semana del mes de agosto porque unos representantes asiáticos así nos lo habían exigido, no me sorprendió demasiado que no le diese importancia. Lo que si me sorprendió es que exclamará, ¡qué casualidad!,  y que a continuación dijera, en esas mismas fechas tengo una conferencia en Barcelona sobre el arte y la posmodernidad… Me extraño porque ella siempre daba las conferencias en las escuelas de verano que se celebraban normalmente en el mes de julio pero nunca a finales de agosto. El rector este año quiere ponernos pronto las pilas, fue su única explicación.

Nada más encontrarme con ella, a la hora prevista, cinco de la tarde, y en el hotel previsto, me sedujo.

Tenía el pelo corto y unas leves mechas rojizas que le daban un aire de moderna y juvenil. A mi mujer siempre la había conocido con una media melena que sin llegar ocultarla las zonas más eróticas de su cara sí la tapaban el cuello obligándome continuamente a separar sus pelos de su piel.

Vestía de una manera informal, con pantalón a media pierna, camiseta ajustada resaltando los pechos y una camisa de esas invisibles que están pero como si no estuvieran. No digo que fuera a la última moda, porque no enseñaba ni el ombligo, ni dejaba destapada la espalda, pero no se había quedado anclada en los setenta con faldas hasta los tobillos y con camisas amplias que no se sabe que esconden dentro como otra que yo me sabía.

Decidimos pasar lo que quedaba de tarde en la playa para cargar las pilas y para tener un mínimo de conocimiento el uno del otro. Le dije que si no le importaba, me diese la crema en la espalda. Así fue como empecé a notar el tacto suave de sus manos. Me repartió la crema con una delicadeza exquisita, no a mamporrazos como hacía la otra. Yo también se la repartí a ella procurando poner el mismo esmero y la misma sensibilidad.

Hicimos una cena normal, no excesivamente fuerte como para llevarnos al sopor de un sueño inoportuno, ni tan ligera que nos dejase pronto sin las energías  necesarias para cumplir con lo que ambos deseábamos.

Entramos en la habitación del hotel después de haber disfrutado de un tranquilo paseo por el palmeral que bordeaba la playa. Aunque era la primera vez que había preparado minuciosamente una aventura amorosa no me sentía extraño. No estaba ni avergonzado ni ruborizado, me sentía seguro ante aquella mujer nueva, recién descubierta. Transmitía tranquilidad y confianza, ni una palabra brusca, ni un gesto despectivo, ni una mirada lasciva había notado en el rato que había compartido con ella. Todo era cortesía, amabilidad, delicadeza, tacto. Nada hacía si no era consentido, siempre preguntaba y espera mi respuesta antes de tomar una iniciativa.

Yo correspondía en el trato con la misma  corrección. Y con el consentimiento mutuo comenzamos a caminar hacia la satisfacción de nuestros deseos.

Hicimos el amor en dos actos. Teníamos una noche entera y yo no quise desperdiciarla. Le dije que nuestra aventura debía de ser ajustada al tiempo, que debíamos procurar tratar a todas las horas por igual. Que no quería que nos agotásemos en un momento y que después viviésemos el resto del tiempo en la desilusión y la nada.

Ella estuvo de acuerdo conmigo, no quiso precipitar el momento y comenzó a acariciarme el pecho con una lentitud y una suavidad absoluta. Con la misma lentitud y la misma suavidad con la que yo comencé a hacerle caricias. Posé mi mano en su pecho, le hice una suave caricia con la yema de mis dedos en su pezón erecto y noté como se deshacía por dentro.

Ella posó también su mano en mi pecho, me hizo una suave caricia, enrolló uno de mis pelos en su dedo y yo comencé a encenderme. Supe controlar lo incontrolable. Dosifiqué mis caricias y las alterné con frases tiernas para compaginar la pasión con la ternura y mantener encendido un fuego sin llegar a quemarnos. Caminamos por un sendero intermedio, sin llegar nunca a la cima pero sin perderla de vista y estando siempre a punto de conseguirla.

Un sendero luminoso entre la cima y el valle por el que divisando siempre el horizonte supimos reservarlo para un posterior momento.

No quisimos saciarnos en ese primer instante para evitar caer después en el vacío, por eso nos fuimos conduciendo cautelosamente por un recinto de frases amables, de miradas limpias, de caricias tiernas y de goces controlados y compartidos.

No llegamos al orgasmo en la primera parte, pero sí llegamos a penetrar el uno en el otro y a confundir nuestros cuerpos, como la sal se confunde en el agua, caminando por veredas de rosas y alcanzando la tranquilidad absoluta.

Condujo mi miembro hasta lo más dentro de sus entrañas, unas veces era ella la que controlaba, quien me conducía por el sendero de rosas y otras era yo quien jugaba a balancearla entre el vértigo y la nada. Cuando me puse encima aplastando su cuerpo y su alma, me sentí tranquilo y seguro. Totalmente relajado, espanzurrado como no lo había estado nunca, encima de una mujer, que acababa de conocer y que parecía como si la conociese de toda la vida.

Le invité a darse la vuelta, a ser ella quien me aplastase, quien descansase en el abismo, quien conociera la paz infinita encima de mi cuerpo. Lo hizo con gusto, lo sé porque me lo iba contado. Me contaba sus sensaciones como yo le contaba las mías. Por eso sé que logró la tranquilidad, el descanso, la relajación absoluta y que en ese estado confundió la realidad con el sueño, y se quedó dormida en el mismo momento en que yo también me dormía confundiendo la misma realidad con el mismo sueño y deshaciendo la unión de nuestros cuerpos con la misma dulzura con que antes les habíamos unido.

No sé si dormí o soñé. Entre sueños noté como su lengua, que confundía con pétalos de rosas, me acariciaba la espalda. Era como si flotase y por un momento abandonaba el sueño y era yo el que me dedicaba a lamer su cuerpo. Y poco a poco abandonamos el sueño para entrar en la consciencia y volvimos a iniciar el camino aparcado tan sólo unas horas antes.

En la segunda parte cuando los rayos del sol comenzaron a acariciar las sábanas de nuestra cama fue cuando alcanzamos la cima.

No nos precipitamos al vacío inmediato, avanzamos lentamente por el borde observando detenidamente las dos laderas del monte, las dos caras de la felicidad, la línea fina, imperceptible, que delimita la pasión de la ternura, el escalofrío del sudor, la tranquilidad del vértigo, el agua del fuego; y fuimos disfrutando de un estado vaporoso en el que encontramos un acomodo perfecto. Porque adaptamos nuestros cuerpos y nuestras mentes al ritmo sereno del amanecer para entrar de forma conjunta en la luminosidad del día y confundir nuestra luz interior con el fuego de un día de verano.

No sólo vimos, sentimos amanecer. Vimos salir los primeros rayos de Sol y sentimos  la luz que atravesaba nuestros cuerpos sin rozarlos.

Porque a medida que los rayos de sol se hacían más intensos y penetraban fugazmente por las rendijas de la ventana nosotros avanzamos en nuestro descubrimiento descendiendo suavemente al valle entre lamidos de pétalos, besos de rocío y caricias de tallos silvestres mecidos por un tenue viento.

Se deshicieron nuestros cuerpos tan lentamente como los rayos de sol iban deshaciendo la oscuridad de nuestra alcoba. La miré fijamente a los ojos y brillaban con el brillo absoluto de la felicidad.

Nunca me había ocurrido nada igual, me dijo.

Es que las personas de izquierdas follamos mejor, le contesté.

¿Y tú por qué sabes que yo soy de izquierdas?, me preguntó.

Será por el lunar que tienes en la espalda.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BRUJAS (cariñosamente a las mujeres)

 

Hay algo en ti escondido en no sé donde

que unido a la celebre neurona

esa de la que tú dices burlona

que a los hombres nunca les responde

 

llenan a mi alma incauta, de ternura.

A mi idea se adelanta tu palabra

y sin pensar que estés como una cabra,

tu frase, simplemente, me satura.

 

No es cierto: es disparate, y es locura;

aún me queda este poco de cordura

para hilar estos versos algo malos

 

que envuelvo en trozos de papel prestado

formando este soneto despiadado

para hacerte despierto, mis regalos.

 

 

 

 

TRIOS 

 

         Caminaba a las tres de la madrugada por la Carrera de San Jerónimo en busca de un taxi. Sabía que si hubiese tomado una copa más, hubiese tenido muchas posibilidades de haber compartido una habitación y una cama de un hotel cualquiera, con la compañera que más tiempo le había dedicado esa noche.

        Habían alternado la cena con un intercambio cruzado de frases provocadoras, habían mezclado el humor con el sentido irónico de las frases, las confidencias tiernas con las sonrisas cómplices y las sugerencias indirectas con el encadenado de los compromisos.

        Se habían hecho guiños con pícaras miradas y con chistes picantes. Entre sorbo y sorbo del buen vino que habían elegido para la cena, y de bocado y bocado de los platos elegidos para compartir, habían ido tejiendo una relación diferente de la mantenida con el resto de las personas que componían la mesa.

        Enlazaron el final de la cena con el principio de las copas y el baile, y siguieron por el camino emprendido del cortejo encubierto y del aislamiento discreto. Fue con ella con la que más bailó, con la que más conversó y con la que más compartió el licor de su vaso, porque aunque el grupo era numeroso y las conversaciones fluían entre todos, cuando se dirigía a ella notaba un tono especial en sus respuestas y una mirada diferente a la que dedicaba al resto de compañeros.

        Por eso no aceptó tomar la última copa, ni continuar el baile en el siguiente local. Puso la excusa del cansancio: “los años no perdonan y si tomo otra copa la resaca me convertirá en un hombre inútil para trabajar mañana”.

        En realidad huía del riesgo, del miedo a lo desconocido, de la improvisación y del temor a no poder controlase y disimular lo ocurrido cuando su pareja le preguntase al día siguiente por cómo había pasado la noche. El miedo de que su mirada le delatase poniendo en peligro la estabilidad de su vida le alejó de aquella última copa de consecuencias imprevisibles.

        Y buscaba en el taxi, que se paraba ante él en ese momento, el camino hacia la rutina, hacia el calor seguro, hacia la continuidad y hacia el amor tranquilo.

        Entró en silencio en su casa, no se puso pijama, ni guardo su ropa en el armario para que el ruido no la despertara. Entró en su cama sin notar ningún cambio de temperatura, el calor de la cama era idéntico al que traía en su cuerpo. Se metió desnudo y simplemente rozó con las yemas de sus dedos las manos de ella.

 

        Ella se había quedado leyendo hasta que el sueño se apoderó de su mente. Apartó el libro sin darse cuenta apenas de donde lo dejaba y entró en el mundo de los sueños de la mano de la novela que estaba leyendo. Penetró en su mente la imagen que siempre había soñado: Paul Newman, el actor de sus sueños, estaba allí, junto a ella, protagonizando la historia que siempre había esperado.

        La clavó su mirada y sus ojos azules la esclavizaron. Se estremeció cuando notó el roce de las yemas de sus dedos en sus manos. No lo pudo resistir. Sin pensarlo un momento, sin sopesar las consecuencias se abandonó a la pasión desmesurada.

        Conocedora de que no tendría jamás una oportunidad así, la aprovechó hasta el último aliento, llevándole a él hasta el último suspiro y deleitándose ella como no lo había hecho nunca. Cada caricia, cada roce, cada beso, lo disfrutó, cómo si fuese el primero y el último. Porque sabía que estaba ante una noche única. Una noche que la llevo hasta la extenuación de su vida y que guardó en su memoria como algo sagrado.

       

        Ella apareció en su trabajo con una sonrisa de oreja a oreja, antes de que su compañera -la de confianza, con la que compartía sus secretos-  la preguntara, se lo dijo todo: “He echado un polvo con Paul Newman esta noche que me ha dejado en una nube, ha sido un sueño, pero aún así, ha sido el polvo más maravilloso que he echado en mi vida”.

 

        Él llegó a su trabajo con una media sonrisa. Con el secreto vanidoso, pero inconfesable, de una noche loca, nunca había encontrado un plato tan dulce en su cama, nunca se había sentido atrapado por unas garras tan suaves, nunca se había sentido devorado y a la vez satisfecho.

 

        “Lo mejor del amor son los tríos” dijo un compañero en un cruce de pasillo. “Pero siendo dos las mujeres” matizó otro. Él que pasaba y que no estaba en la conversación contestó intuitivamente y sin pararse a pensar en las consecuencias: “Pues un trío con una, tampoco esta mal”.

Los dos compañeros le miraron con sorpresa y con incredulidad. Él les respondió con una pícara sonrisa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi huerto (nana)

 

Tengo una casa en alto

Mi huerto huele a jara

Cercada de frutales

Corta una rama

 

Mi huerto huele a fama

Entre lirios y flores

Come manzana

 

Tengo una casa en alto

Mi huerto lo sabe

De la tierra labrada

Tomate sale

 

Lechuga y coles

Del trabajo en el campo

Los días comes

 

Tengo una casa en alto

Mi huerto la adorna

Amor de la mañana

Patata y sombra

 

Mi huerto huele a jara

Con esfuerzo y trabajo

La alubia cavas

 

Tengo una casa en alto

Mi huerto sabe amor

Debajo está mi cama

fruto mayor

 

Mi huerto huele a flor

El campo está sembrado

Es un clamor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

POR LA CALLE DE LA FUENTE (romance)

 

Por la calle de la fuente

iba yo bebiendo horchata.

Salió del metro un borracho

Me crucé con su mirada

 

No vi tambalearse el cuerpo

Vi un desazón en su alma

Se agarró por no caerse

A una farola que estaba

 

Irguió al mirarme su cuerpo

Me dijo que estaba guapa

Iba a pasar ignorándole

Algo en mí revoloteaba

 

Mis piernas no respondieron

y yo me quedé parada

No te preocupes, buen hombre

Sé interpretar tu mirada

No es vino lo que te tuerce

Es el rencor de tu amada

Levanta altivo tu cuerpo

Verás a otra enamorada

 

 

 

 

 

 

OVILLEJO

 

¿Quién amenaza a la tierra?

La guerra

¿Quién atacará este enjambre?

El hambre

¿Quién a la salud liquida?

El sida

 

Si quieres salvar la vida,

que el amor vuelva a brotar

Tendrías que derrotar

La guerra, el hambre y el sida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MADRIGAL

 

El sabor de tus besos

estremece mi cuerpo y me emociona

¿por qué sólo pensarlo me obsesiona?

 

Cuantos más acaparo

más deseo guardar mi pensamiento

aunque después consiento

buscar entre las mantas el amparo

 

Recuerdo uno y comparo

el sabor de tus besos

a una calle regada de cantuesos

 

 

 

 

 

 

CORTÉ UNA RAMA (haiku)

 

Corté una rama

 

una tarde de enero.

 

Nació la vida.

 

        

 

 

 

 

 

 

      LA GARROTA

 

      La garrota que tengo en mi maleta

      brote de fresno viejo recortado

      domada al fuego lento de la hoguera

      torcida y aperada por mis manos,

es fruto del esfuerzo y del trabajo,

del amor a la esencia de la tierra,

la paciencia de un hombre ya curtido.

 

La garrota que tengo en mi maleta

es para ti, Natalio, buen amigo

 

 

     

 

 

 

 

 

 

           

 

 

 

 

 

 

CASUALIDAD

 

 

 

El jueves viene a Kuwait mi compañera María,

dijo por teléfono mi cuñada a su hermana.

 

Mañana martes he quedado con María para tomar unas cañas porque se marcha a Kuwait,

decía el correo de Débora que leyó en mi ordenador la hermana de mi cuñada.

 

¿La María que espera el jueves mi cuñada

 será la misma que despide el martes Débora tomando unas cañas?

 

¡Oh!, sí.

Casualidad,

la poesía existe,

en el taller de Urceloy

o en el desierto de Kuwait

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La mujer más hermosa

 

         Había caminado despacio por calles estrechas, había pensado en los días pasados con mi amiga en Cullera, había analizado mis noches de baile con Ana Victoria, había revisado uno a uno mis pensamientos y mis conversaciones con ellas, y me había quedado solo. Con esa soledad de última hora, esa que no se espera, la que no estaba planeada en el viaje, pasé los dos últimos días de vacación en Alicante.

         No tenía pensado pasar por Alicante, pero cuando se apagaron los sueños; cuando la visita a la amiga dio todo lo que estaba destinado a dar de sí; cuando las conversaciones del día y la noche comenzaron a ocupar demasiados espacios en mi mente, comenzando a tergiversarse en mi espíritu sin dejarme tranquilidad de día ni tranquilidad de noche, decidí marchar de Cullera y hacer un alto en Alicante. Argumenté para mí y para los demás, que era una ciudad desconocida que se merecía, al menos, ser visitada un par de días antes de mi marcha obligada.

         Recorrí sus calles cuando la tarde adormece, cuando el sol se esconde, cuando la gente deambula de un lado para otro de forma incesante, aprovechando la frescura de la brisa del mar, la dulzura del último rayo que acaricia la piel, la sonrisa de las últimas olas y la tranquilidad de una rama de  árbol mecida por un tenue viento.

         Había paseado con el atardecer, y la noche se abría paso ante mis ojos a través de luces fosforescentes, de luces diversas, de luces atrayentes, de ecos de música que te llaman, luces rojas que parpadean en el horizonte desafiando a la soledad que llevas a cuestas.

         El mundo mágico de las mujeres envueltas en sueños de algodón y fantasías de espuma, me llamaba. Siempre me había llamado esa soledad oculta, esa sonrisa falsa, ese mundo ficticio, incomprensible. Sólo en los ratos de sueños irrealizables había pensado traspasar la cortina del humo, investigar lo que había escondido tras la barra, lo que dicen unos ojos inexpresivos, unas palabras huecas, unas manos frías o una sonrisa forzada.

         Había tomado la decisión mientras apuraba mis últimos pasos por las calles estrechas y aparcaba en mi mente el final de mis pensamientos de soledad y de angustia. Sólo tomaría un "cubata", no caería en el error de desgranar poco a poco mi cartera, con la lentitud imperceptible del goteo constante y embriagado por el susurro amoroso de cualquier mujer hermosa. Guardaría mi baza para jugar una sola carta, de sopetón; sin darle tiempo a reaccionar le ofrecería una cantidad grandiosa por compartir conmigo un día a la luz del Sol en la playa.

 

         A primera hora de la noche la barra está vacía, la música relaja al corazón palpitante tras pasar el umbral de las luces prohibidas, las mujeres buscan sus primeros clientes con sus mejores artes, todavía se encuentran dándose el último retoque a la ceja, al labio o al ojo. Están expectantes esperando a los primeros acompañantes.

 

         Ella estaba en el centro, había más, pero sus ojos me atraían, una fuerza extraña me obligo a elegir el taburete adecuado, el que estaba frente a ella. Tenía una cara perfecta, unos ojos grandes..., luminosos..., penetrantes..., negros como la oscuridad de la noche. Sus cabellos caían onduladamente acariciando su cara, tapando parte de sus mejillas, descansando en los hombros desnudos. Eran largos, un poco rizados, no eran rubios del todo y brillaban exageradamente en la penumbra.  No podía apartar mi mirada, examinaba su cara hasta el más mínimo detalle, sus labios, sus pómulos rosados, sus pechos ...

 

         -¿Deseas tomar algo? - Me preguntó casi antes de haberme sentado adecuadamente.

         - Ponme un “cubata de limón”.

Parsimoniosamente, exagerando todos los movimientos de su cuerpo, insinuándose constantemente, me sirvió un vaso con hielo; vertió en él un chorrito de ginebra, mientras me  dedicaba una sonrisa; descorchó la botella de Fanta limón y al tiempo que se sentaba en la barra enseñando la largura de su muslo, me llenó el vaso y me lo ofreció.

         - No te conozco. ¿Es la primera vez que vienes?

         - Sí, es la primera vez. Una agradable primera vez.

         - ¡Ojalá te resulte agradable!

         - ¡Qué poca gente hay! ¿Siempre es igual de tranquilo? Hice ese comentario por decir algo, sin pensar que cualquier comentario desencadenaría el ofrecimiento, la venta.

         - Es normal que haya poca gente a estas horas, apenas debe haber anochecido, pero podemos estar aún más solos, tengo un lugar reservado para ti. Solo tienes que invitarme. Serías el primero esta noche.

- El lugar que quiero tengas reservado para mí debe estar en el corazón.     

- Mi corazón se descubre si me invitas a champán, nos tomamos la botella solos, en la oscuridad de mi cuarto.

         - El corazón que yo busco no requiere esconderse en ningún sitio. No tengo interés en estar contigo en el cuarto oscuro. Quiero que aceptes mi presencia a la luz del día, me gustaría pasear contigo, confundirnos entre gente que corre, que pasea por la playa, que sonríe, se mira, se acaricia y se besa.  ¿Qué puedo encontrar de ti, en un rincón sin luz, en tu cuarto oscuro?

         - Encontrarás un cuerpo que creo que te gusta, podrás ir descubriendo con tus dedos lo que estás viendo con tus ojos, descubrirás, si quieres, mis secretos ocultos, podrás tocar mis pechos y mis piernas y esconderte en tu rincón favorito. Yo te acompañaré en el viaje y acariciaré tu cuerpo hasta que explotes de alegría y de gozo.

         - No quiero tocar tus pechos en la sombra, explorar tu cuerpo entre tinieblas ni buscar una furtiva corrida sin que tú digas ni sientas nada; prefiero buscarte en la playa con la mirada, rozar tu cabello con la yema de mis dedos, escuchar tu voz tranquilamente, observar los latidos de tu cuerpo o respirar juntos en un banco de un parque a la sombra de una palmera en pleno día y tras la mirada de gentes curiosas.

         - Déjate de palabrerías e invítame de una vez.

         - ¿Qué vale una invitación en tu cuarto oscuro?

         - Por sólo  quinientas pesetas puedes pasar una noche que difícilmente olvidarás.

         - Te ofrezco diez veces más, pero no por una noche escondidos, sino por un día a cielo abierto. Un día de sol y de playa. Un día hablando y riendo conmigo, bañándonos en una playa repleta de gente, confundiéndonos entre la multitud y dándonos a conocer nuestros pensamientos y nuestros sentimientos con naturalidad delante de los demás.

         - Por el día no puedo.

         - Por la noche no quiero.

 

         Se apartó de mi lado y se fue paseando provocativamente hasta el final de la barra, hizo algún comentario con las otras mujeres, atendió a otro cliente, no volvió la mirada hacia donde yo estaba, se mostraba ante todos amable, sabía que yo entre sorbo y sorbo la estaba observando. Al poco rato volvió.

         - Qué, ¿te has decidido ya?

         - Mantengo mi oferta, no te parece suficiente en un sólo día el equivalente a diez botellas de champán y sin esconderte de nadie.

         - Te he dicho que no puedo, por el día no puedo.

         - ¿Por qué no puedes por el día?

         - Tengo otro trabajo.

         - Pues falta un día, seguro que puedes.

         - No puedo, de verdad no puedo. Pero, ¿por qué tienes tanto interés?

         - Estoy de paso en Alicante y sólo estaré esta noche y mañana. Me gustaría compartir el día con una mujer hermosa.

         - ¿Por qué no la noche?

         - Porque prefiero el día.

         - Pero, bueno, tú, ¿qué haces aquí? ¿Qué quieres? ¿A qué has venido?

         - Me estoy despidiendo antes de emprender una larga aventura. He venido   a despedirme  de una amiga de Cullera y me han sobrado dos días. El uno ya está terminando y el último me gustaría pasarlo contigo, no es demasiado pedir, ¿no te parece? De todas formas si no puedes, no me entretendré en pasar un rato contigo en ningún cuarto oscuro, te pagaré la copa y buscaré en algún otro sitio.

         - No tengas tanta prisa, espera un poco, el trabajo que tengo mañana es cuidar de mi hija, si puedo solucionarlo a lo mejor hasta puedo aceptar.

 

         Aceptó, me dijo el lugar y la hora, seguí terminando lentamente mi copa y seguí observando todos sus movimientos, su meneo de cuerpo, su sonrisa forzada, sus pechos semidescubiertos cuando se inclinaba a hablar con cualquier cliente, sus piernas perfectamente proporcionadas, sus muslos mínimamente escondidos en una pequeña falda con una gran abertura que permitía divisar sus bragas blancas cuando se sentaba en la barra. Apuré la copa, pagué, y me fui satisfecho a dormir a la pensión en la que unas horas antes había alquilado una habitación.

 

         Comenzamos a pasear por la zona de la playa donde las olas se acaban, pisábamos el agua y la arena, sentíamos la espuma acariciarnos y notábamos los rayos del sol quemando nuestra piel. Frescor en los pies, calor en la espalda. Le ofrecí mi mano, nos miramos.

         - ¿Te puedo coger la mano? - Le pregunté

         - Es de día y te pertenece, hay luz, no estamos escondidos, estamos ante la gente, es lo que tu querías. Mi mano te pertenece.

         - No quiero sólo tu mano, quiero a través de ella expresarte algo, expresarte que hay sentimientos, expresarte que eres hermosa y que es agradable pasear contigo, que fuera de la barra hay un mundo, con gentes que ríen y corren.

         - Hay un jodido mundo, que te explota, que se ríe de ti y se burla. Un mundo que no te ofrece nada, que no te regala nada. Un mundo donde tienes que luchar día a día si quieres sobrevivir.

         - Y un mundo  donde alguien se preocupa por alguien, en el que se puede vivir sin tener que dar nada a cambio.

         - No seas ingenuo. Llevo más de cuatro años trabajando en esto y voy viviendo. Si tuviese que vivir de ingenuos que me pagasen cinco mil simplemente por pasear con ellos por la playa, ¿tú crees que hubiese podido sobrevivir? ¿Crees tú que si pongo en un periódico este anuncio: "Se ofrece mujer para pasear y charlar durante el día por la playa agarrados de la mano, sin más pretensiones: Precio cinco mil pesetas", tendría salario fijo todos los días?

         - A lo mejor es suficiente un ingenuo. Basta con que ese único ingenuo sea capaz de hacerte ver que hay vidas distintas, que merece la pena luchar por algo mejor.

 

         Agotamos el día entre pensamientos distintos, paseamos juntos, nos bañamos juntos, comimos juntos, vimos atardecer juntos. Tratamos de transmitirnos mundos distintos pero el día se nos quedo pequeño y la hora de la despedida llegó.

 

         - No sé si agradecerte este día pasado contigo. No he entendido nada, me quedo con dudas. ¿Qué quieres?

         - Que sientas.

         - ¿Para qué? Me has dicho que te vas. No volveré a verte. ¿Que haré mañana? ¿Esperar a que llegue otro como tú y me pague sin hacer nada? No. No llegará, y yo tendré que seguir viviendo, tendré que alimentar a mi hija,  tendré que mantener su mirada y su sonrisa y tendré que acudir a mostrarme detrás de la barra, a esconderme en el rincón oscuro y a seguir viviendo. Tú no me ofreces vida, sólo me ofreces dudas.

         - Dudas que no te impiden nada, no te obligan a cambiar de inmediato. Por pensar no te va a pasar nada, por sentir no vas a tener que pagar un precio.

         - Esta noche te vas. ¿Vas a volver algún día? ¿Qué vas a hacer tú para que yo y mi hija sigamos viviendo?

         - Te escribiré, te mandaré alguna poesía, te contaré cosas bellas.

         - Ni yo ni mi hija, comeremos con tus poesías por muchas cosas bellas que nos cuentes. No, no creo que esté contenta de haberte conocido.

         - Si es verdad que tienes una hija, si tiene siempre una sonrisa en la cara, si es tan dulce como tu dices, piensa que se hará mayor; piensa que tendrá otras hijas u otros hijos, y piensa que alguien, algún día, encontrará el amor, si está escrito. Si lo dejamos escrito en el aire con palabras, en el agua con sonrisas y con gritos, en el ambiente con miradas y caricias o en las páginas de una carta mal escrita con letras desfiguradas.

 

         Había pasado todo un día, volvía el Sol a esconderse tras el horizonte, comenzaba a anochecer cuando le dije adiós.

         - Si quieres, te acompaño hasta la estación - Me preguntó

         - Si me acompañas agarrada de la mano, sonriente, desafiando a la gente, orgullosa de tener a una persona a tu lado, entonces sí. Si lo haces por compromiso, creyendo que es tu obligación para corresponder al último duro, entonces, no. Vete a tu barra. Llega puntual a tu trabajo.

 

         Caminamos despacio cogidos de la mano,  miramos a la playa y al cielo, tropezamos con niños que corren, confundimos nuestras conversaciones con ruidos de coches, apuramos hasta el último momento, nos miramos y cuando el autobús arrancaba se despidió con un beso.

 

         El beso de un sueño que no llegó a ser. No se presentó en el bar a la hora fijada. Pasé el día en la playa pensando, una playa completamente llena de gente en aquel día de julio. Entre tanta gente yo me encontré perdido y busqué un rincón de playa donde tomar el sol. De vez en cuando, chapucé en el agua salada, pasé un largo día reflexionando sobre multitud de cosas,  sobre la soledad que experimentaba, a pesar de estar rodeado de tanta gente, sobre la complejidad de las relaciones humanas, sobre los motivos que obligan a las personas a prostituirse, sobre lo esclavos que somos de nuestro destino, sobre todo lo que da de sí el tiempo cuando no lo compartimos, cuando está todo a nuestra disposición y no sabemos cómo agotarlo. Observé a la gente. Paraba mi mirada en las mujeres hermosas, observaba con detalle su figura, una figura que se hacía inmensamente grande cuando la contemplaba tumbado desde mi rincón, mientras ellas paseaban ajenas a mi mirada por el borde de la playa pisando los últimos gorgoritos de las olas.

         Pensé muchas veces en cuál habría sido la razón por la que no apareció la mujer que esperaba, la mujer más hermosa expuesta en el mostrador de una casa de venta. Dudé muchas veces sobre la conveniencia de volver a la barra de luces escasas para averiguar el motivo de su ausencia a la cita o marcharme sin más. Al fin decidí ir temprano. Recorrí el camino del día anterior. Encontré la misma luz y la misma barra. Estaban las mismas mujeres. No había clientes aún. Encontré los mismos ojos y la misma sonrisa. Me sirvió un nuevo cubata. Me dijo que la disculpase pero que no había ido la mujer encargada de quedarse con su niña.

         - Comprenderás que a mi hija no podía dejarla sola. Si quieres mañana te puedo acompañar.

         - Mi tren sale esta noche a las doce. No hay mañana. Si es verdad que tienes una hija, que algún día encontréis playas hermosas llenas de gentes hermosas. Y que encuentre algún ingenuo que le haga soñar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PÁGINA PERSISTENTE

Dícese del catalejo para pulir piedras y coser muselinas, su doble alveolo es truculento y verde, no deja mirar lo que hacen las niñas del fontanero de Nueva Deli. El caracol en su último suspiro.

 

 

BLAS SE AFEITARA LA CABEZA CON UNA PÁGINA PERSISTENTE (SURREALISMO)

 

Blas se afeitará la cabeza con una página persistente. Durará un segundo, el tiempo justo en barnizar una imagen, en dar el brillo a la vida para que aparezca esculpida en la peana de un museo.

Volveremos a mirarte y te encontraremos nuevo, veremos tu candil encendido y tu flor abrirse, y una musa, huraña, se escapará sin que puedas remediarlo.

Jugará, con nosotros, al amigo invisible de lo viejo y de lo nuevo, nos llevará al huerto del olvido y a la fuente donde brotan las piedras pulidas por tu catalejo de la vida, y seremos las niñas ciegas de Nueva Deli revoloteando en tu cabeza recién afeitada por una página persistente.

Veremos tus babas y tu caldo por el rastro que dejas en el suelo, y veremos como emerges con tus alas hasta elevar al infinito, lo máximo que puede dar una cabeza perfectamente afeitada por una verdadera página persistente: la claridad de tu poesía.

 

                           Gracias Blas, por afeitarte la cabeza y por hacerte transparente.  

 

PINCHARÉ LAS RUEDAS DEL COCHE DE ANTONIO CON UNA PÁGINA PERSISTENTE.

Pincharé las ruedas del coche de Antonio con una página persistente. La conseguí un día hidráulico, multiforme, cuando los orígenes del polen encrespado comenzaban a licuar las disensiones de la libélulas, que, cansadas del florístico no descubrían la sed de su desdicha, quizás no cosían vuelos con los pasos incestuosos de su tribu, enfrascada en el arte del tango intrínsico, permanente, precavido.

Costó esfuerzo diseminado traer dicha página altruista, se había enredado como un ovillo en el pináculo, en los entresijos de cuernos lácteos hasta que el ángel guardián descuidó la garita ultravioleta, por ir a cita médica sin querer compartir la calidad ambigua con sus compañeros. Al ver protuberancias femeninas en el espacio oyó el cuerpo que siempre vivió en el porvenir abúlico. Luego, sentado en una nube mansa, vio pasar una nave, donde el astronauta le mostró aquel título que le produjo inquietud parietal cuyo nombre era: soy darviniana de profesión. Entonces mesándose los magníficos cabellos salieron gotas de sangre. Era el castigo al dejar escapar un meteorito errante que llevé a pulir rogando al artista la conversión en hoja afilada.

Antonio celebraba bodas de metal, había abrazado las caderas de los árboles, mordido los ramos de la mujer y las muchachas. Quería romper las calles del aire suntuoso, borrar la sombra vestida de obligado héroe. Acompañado por los hijos de la vid al volante, deseaba mostrar laurel alonsino. Fue el momento de utilizar contra las ruedas el cuchillo cuya madre fue una piedra coronada o un soberano meteorito. Por el amor de un cincel lleno de intervalos irrepetibles como una gota de agua.

 

                                                                                              Blas González de la Fuente

 

 

MANIQUI ABANDONADO (PROSA POÉTICA SURREALISTA)

 

 

Soy un maniquí abandonado, nunca pensé en subir a la colina, ni bajar a las entrañas de la tierra, correr por los campos sin playeras o estar atado a un cordel deshilachado.

Duermo entre el tapiz y el espejo de un coche abandonado en el desierto del olvido, camuflado entre llantos y sonrisas la madrugada del primer día perdido en el abismo del deseo descarriado.

Soy un maniquí abandonado buscando el rencor que nos une y nos separa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BLAS, NO ATAQUES MI ALMENA (soneto épico)

 

Te estoy matando antes de matarte

desde el punto de mira de mi almena

la vida no merece mucha pena

Parapetado como gran cobarde

 

te veo venir incauto, desarmado…

usando solamente la palabra.

Tu bravura y tu fuerza no te bastan

para parar las flechas que te lanzo

 

 Tengo tu corazón localizado

estiro fuerte el arco con mi mano

y veo mi flecha hundirse por tu pecho

 

Hasta tu vida entera me saluda

la destruyo y  mi alma ni se inmuta

Huye Blas, todavía estás a tiempo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MATARON MIS SUEÑOS (relato muy corto)

 

Mataron mis sueños un día de verano.

Lo hicieron por carta certificada.

El alcalde, el juez, el médico y el cura, fueron los testigos.

 

Yo tenía mujeres, con dudas,

no sabía aún si eran amigas o futuras amantes,

pero las besaba.

 

Tenía amigos, también con dudas,

unas veces les admiraba y otras veces les odiaba,

pero bebía con ellos  y jugábamos.

 

Mataron mis sueños un día de julio,

mientras segaba,

me quitaron la hoz,

me dieron un cuchillo y un palo

y me hicieron volar a un desierto.

 

Tenía un padre, una madre y dos hermanas,

aquí no tenía dudas, aunque a veces nos peleábamos,

llevaba siempre su foto guardada en mi cartera.

Era joven, y estudiaba.

 

Mataron mis sueños un dieciocho de julio de mil novecientos setenta y tres,

me obligaron a disfrazarme de payaso

y a participar en el circo de la muerte.

 

ODA AL PIMIENTO

 

Minúscula semilla,

insignificante vida,

poro seco que de mi mano

pasas, a dormir en un surco arropado

por la sábana fina de la arena y el manto húmedo de la arcilla.

 

Rompes el suelo en un instante,

en el instante del rayo de sol penetrando en la vagina de la tierra.

Y emerges al son de los tambores,

fragante.

 

Se te ve trepar entre terrones buscando el aire,

con tu tallo

y tus hojas manchadas de rocío,

escuchando a un grillo que te cante.

 

De la noche a la mañana floreces,

capullo verde,

pétalo blanco,

morro arrugado

mirada gacha,

juventud domada.

Domada a golpes de las tempestades, los terremotos y las inundaciones.

 

Alcanzas esplendor cuando enrojeces,

cuando en el horno te doran,

cuando explotan tus carnes,

cuando mueres en mi boca.

 

 

 

TÚ NO ERES REINA

 

Porque tú no eres reina, eres reineta,

sin los vestidos largos que adormecen,

con columpios al aire que te mecen,

tú eres manzana, gorda, verde y prieta.

 

Esperando un mordisco que te meta

mis ganas y mis blancos dientes crecen.

Acariciar tus carnes me estremecen,

como si fueses reina con peineta

 

Me enloquece tu cara tan rosada,

en tu casa jugando respingona,

colgada de la rama, mi manzana.

 

Por los mozos del pueblo deseada,

arrancada del árbol sin corona,

mañana tú, serás republicana.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NADA PASA SIN PENA

 

 

Nada pasa sin pena,

sin la pena del ciego,

que escucha la palabra

como un cántico hueco.

 

Nada pasa sin pena.

Como el pájaro tuerto

escondido en su vuelo

y la vieja que canta

siempre por la mañana

 

Nada pasa sin pena,

la mañana, la tarde,

la noche y su aposento,

el payaso del circo

y el despertar sin sueño.

 

Nada pasa sin pena,

el médico y el cura

y la niña de enfrente

que lleva dos coletas

con una pierna rota.

 

La pena ya ha pasado,

como duerme la hormiga,

una hormiga cotorra

que levanta su pata

para mear la esquina.

 

La pena ya ha pasado

y aquí estoy yo, solo

en la calle dormido,

sin atar una escoba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BESOS

 

¿Son iguales los besos…?

¿Son diferentes…?

¿En qué se parecen…?

En cualquier hora, en cualquier minuto del día, millones de besos circulan por el mundo. Besos, que al menos se merecen una reflexión.

Todos los besos son diferentes. Creo que no hay dos besos iguales, quizá los más parecidos sean los besos vacíos, si es que en realidad existen, porque aunque haya besos que apenas dicen nada, vacíos del todo, sin una pizca de sentimiento, sin una pizca de movimiento en los labios, de tensión en los músculos, sin una pizca de calor es muy difícil que existan.

Yo creo que todos los besos son diferentes, que no puede haber dos iguales, porque el segundo siempre tendrá el recuerdo del primero y el tercero el de los dos anteriores, y así sucesivamente.

El beso amigo siempre estará asociado a la cara amiga, a la expresión que expuso en ese momento, y por más que queramos hacerlos iguales siempre habrá algún pensamiento, algún gesto, algún sentimiento, algún estado de ánimo, o alguna sensación en el ambiente que lo haga diferente.

Pero aunque todos los besos sean diferentes no por eso vamos a perder la oportunidad de clasificarlos, de agruparlos en categorías según sus afinidades, de ir elaborando el catálogo de besos.

 

Se me ocurren algunos tipos de besos que de alguna manera me gustaría definir. Por supuesto siempre será una clasificación incompleta, pero para eso estáis quienes leáis esto, para completarla.

¿A dónde irán los besos…? qué no damos… Lo decían Víctor Manuel y Ana Belén.

Esos son los besos perdidos, los únicos besos tristes. Porque son los que no se dan, los que nos dejan amargor en nuestro espíritu.

Son los únicos que producen desasosiego, porque son los que se pierden dejando en quien los pierde la duda de si hubiesen podido aportar la gota de felicidad que inclinase la balanza hacia el lado bueno, optimista y agradable de la vida.

Pero dejando al lado la melancolía, lo cierto es que en cualquier día, hora, minuto o segundo, millones de besos circulan por el mundo. Llenan todos los rincones, se posan en los labios, en las mejillas, en cualquier parte del cuerpo, de cualquier cuerpo: blanco, negro, amarillo; de cualquier edad y de cualquier sexo.

 

Besos que, excluyendo los que han quedado definidos en la introducción anterior, bien podrían ser:

 

Beso cumplido, que puede ser de presentación o de despedida, con sus diferentes variedades: el simpático, el pícaro, el de rutina. De este último hay que huir como de la peste, arruina cualquier relación.

 

Beso encendido o beso cerilla, variedad del beso presentación, beso que abre alguna remota posibilidad de ser repetido, que fomenta o mantiene alguna ilusión.

Beso fuego. O beso tragón o beso loco. Es el beso incontrolado, el que nos puede dejar secuelas: un moratón en el cuello… un hematoma en el labio. Es el beso que damos en el momento cumbre, el momento del clímax, en el momento orgásmico donde no sabemos si comemos o si somos comidos. Una variedad es el beso “chupetón”, que se disimula con un pañuelo o con un jersey de cuello alto. Son los más perseguidos desde la adolescencia.

 

Beso amigo, es el más difícil de definir, a veces se confunde, o se quiere confundir con otro más comprometido. Muchas veces abre un camino al beso compromiso o al beso fuego. En la mayoría de los casos hace los equilibrios necesarios para mantenerse en la perpetuidad del tiempo. Controla el límite entre la rutina y la novedad. Es el beso de la serenidad, no te produce sofoco pero tampoco te es indiferente. Te da tranquilidad, no produce celos aunque a veces si puede ocasionar dudas. Es bueno coleccionarlos, por si acaso.

 

Beso compromiso, es el de la historia, y el de las historias. El beso de las películas de ricos.

 

Beso generoso, el que no busca recompensa. Es el beso perpetuo de la ayuda y la entrega.

 

Besos robados. Con peligro de recibir una bofetada, es el beso dado y… ¡ya puedes echarte a correr porque como te pillen!

 

Besos deuda. Los que no damos. Los enunciábamos al principio

 

Beso agradecido. Beso de ánimo. Beso tierno. Beso curado. Beso llama. Beso ardoroso. (Besos pendientes de definir)

 

Beso completo. También puede ser llamado beso integral,  o beso vida. Es el beso que engloba todos los demás. No está al alcance de todas las personas. Es el beso absoluto, el beso total, el beso a la vida: es el primer beso que damos a nuestro hijo. Una variedad es el completo adoptivo: adopción del hijo, o hijo del cónyuge.

 

El beso idéntico. Es el anterior cuando en vez de hijo es hija. El orden de factores no altera el producto. El completo y el idéntico son intercambiables. Todo depende del orden de los nacimientos.

 

El más parecido o beso Mónica, es el que se da a la primera sobrina.

 

Beso completo II, o idéntico II. Es el primer beso a una nieta  o a un nieto. Imprescindible el completo uno en sus diferentes modalidades.

 

Beso rosquilla, como su propio nombre indica es el que sabe a gloria, es el primer beso de una niña, en caso de ser niño se llama florón.

 

Beso insensible, o beso de cortesía, que se suele dar en los reencuentros entre personas que comparten solamente el trabajo. También el beso que se da después de haber padecido una sesión con el dentista y haberte anestesiado las encías.

 

Beso oloroso. El que deja huella. Que puede ser cosmético (colonias), obliga a esclamar “¡pub que colonia te has echao!” o corporal (aliento, sudor, efluvios naturales). Este último también conocido como beso chiste de Elena: “Está una pareja de novios bailando, el chico le da un beso y la chica se tira un pedo. Azorada la chica le susurra al oído, -esto que quede entre nosotros- y el chico responde apresuradamente, -no, no, que corra, que corra”.

(Aclaración: Elena es una sobrina de siete años y el chiste lo contó en la última comida familiar)

 

Todos los besos son diferentes… En ellos está la vida, esta la muerte… Todos los besos… , todos los besos son diferen…tes…Ya lo decía Mari Trini, ¿o eran ventanas? Es igual. Todos los besos son diferentes

 

Efecto multiplicador. Ante cualquier beso es necesario aplicar el efecto multiplicador. El efecto multiplicador, hace que los besos envejezcan mejorando. Que adquieran solera. Es el efecto que hay que conocer para evitar la rutina, el hastío, o el hartazgo.

 

 

 

 

 

 

Besos, besos, y besos, y más besos ( soneto al estilo Alberti)

 

Besos, besos, y besos, y más besos

me llenaron mi cuerpo el otro día 

pero beso que entraba yo comía

su dulzor me llegaba hasta los sesos.

 

Recibí tantos, tantos, tan espesos,

que ya ni en una cama  me dormía

dudando, si era noche, si era día

pidiendo, quiero de estos…, y de esos.

 

Ya me hartó tanto y tanto ser besado

que pido de los besos ser librado

para dormir en mis habitaciones.

 

Prefiero un beso bien elaborado

tranquilo, muy sabroso y sosegado

que recibir los besos a montones.

 

        

 

 

 

 

 

 

 

 

RELATOS CORTOS Y POEMAS

 

RELATOS CORTOS

Se coló un pájaro por mi ventana                          5

El delfín volador                                                       14

Aventura de verano                                                 24

Tríos                                                                          42

La mujer más hermosa                                           53

Mataron mis sueños (relato muy corto)                66

Besos                                                                       71

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

POEMAS

La vida es una suma                                               4

Salmo primero                                                         10

Tengo el amor metido…                                         12

El saco de los dones                                              20

Natalicio al niño de Antonio                                   22

Loa a Miguel                                                            23

Brujas (soneto)                                                        41

Mi huerto (nana)                                                       46

Por la calle de la fuente (romance)                        48

Ovillejo                                                                      49

Madrigal y HAYKU                                                  50

La garrota (endecasílabos)                                    51

Casualidad                                                              52

Blas se afeitará la cabeza…                                 62

Pincharé las ruedas…                                            63

Maniquí abandonado                                              64

Blas, no ataques mi almena                                  65

Oda al pimiento                                                       67

Tú no eres reina                                                      68

Nada pasa sin pena                                               69

Besos… (soneto al estilo Alberti)                          76